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Still de Sin amor, 2017. Cortesía de IMDB

Reseña: Sin amor. La eterna responsabilidad del sí mismo

18.04.2018

Javier Villaseñor V.

Desaparecer

La palabra acuña, actualmente, implicaciones muy variadas —no podemos desligarnos de nuestro contexto—: desapariciones forzadas, inseguridad, negligencia política/policiaca. Nuestro topos es que la desaparición implica un acto violento (sea la violencia de la naturaleza que sea), y no podemos desligarnos de esa lectura. Lo que plantea Andrei Zvyagintsev en Sin amor (Rusia, 2017) no es una visión de lo que ocurre con el desaparecido, o el qué implica desaparecer; el filme es la desaparición misma: la incertidumbre, el hastío, el silencio, vividos desde aquellos que permanecen. La primicia es, de una un otra forma, sencilla: una pareja está viviendo el punto más álgido de su separación, donde afloran los rencores, los resentimientos, los desfalcos de odios quizá injustificados —así, pelean una noche a viva voz, creyendo no ser escuchados. La cámara se aleja del centro para mostrarnos que, detrás de la puerta de la cocina, se esconde el hijo, Alyosha, en un gesto de mudo horror, desgarrándose silenciosamente en lágrimas. Esta imagen es el parteaguas de la película. Su composición recuerda un tanto al expresionismo alemán, constituida por claroscuros y un terror, una tristeza, una angustia inexpresable. A la mañana siguiente Alyosha sale a la escuela, como cualquier otro día, y la madre, Zhenya, se tarda dos días en darse cuenta que nunca volvió. Ésta le marca al padre, Boris, quien le reafirma que probablemente todo está bien. Imposibilitada a quedarse esperando, llama a la policía y comienza la búsqueda.

 

Desaparecer en el siglo XXI

Sin amor está enmarcado por varias situaciones, varios contextos que pueden obviarse y algunos otros que no. En una conversación que se escucha en la radio, en el auto de Boris, se intuye que hablan del «fin del mundo» profetizado por los mayas para finales del 2012. Esta referencia se repite un par de ocasiones a lo largo del filme, incluso en un diálogo entre Boris y un compañero de trabajo.

Así, como primer marco contextual, la película está envuelta por una idea del fin del mundo. El segundo, también aludido constantemente (en específico, con el personaje de Zhenya), es la imperante invasión de la tecnología en nuestra vida personal: el tiempo consumido en redes sociales, la imperiosa necesidad de registrar y compartir todo lo que ocurre en nuestra vida. De este modo, el filme disecciona de manera sutil la sociedad del siglo XXI —con un imperante terror al vacío, al silencio (sea auditivo o visual)—, y nuestra necesidad de permanecer enajenados, distantes, entretenidos. Esto se liga con el tercer contexto que conforma el filme, un poco menos obvio, quizá, pero de importancia nodal para el desarrollo de la trama: la situación emocional actual, la cual se presenta en diversos diálogos y actitudes tomadas por Boris y Zhenya. Decididamente, una de las aspiraciones occidentales es la idea de la felicidad —es algo que, podríamos decir, se espera de nosotros: ser felices. Pero esto conlleva preguntas mucho más profundas, como la socrática ¿qué es la felicidad? ¿Qué nos conduce a ella? Cuestiones que, de manera tóxica, nos hacen entender el «ser felices» como un fin, como una meta terminada y no un proceso paulatino de satisfacción personal que implica trabajo —y responsabilidad.[i] Así, Sin amor refleja una sociedad resquebrajada a punto de un colapso institucional y moral, entendiendo a la familia como fundamento de la sociedad —es decir, si el particular se encuentra corrompido, se extrapola al síntoma de una corrupción del universal.

De tal modo, el filme lleva el desapego emocional a un extremo inimaginable para el canon occidental —el desapego no sólo entre supuestos esposos, sino la negación del hijo: la madre y el padre que niegan, desdeñan, el producto de su unión, y no se preocupan, en ningún momento, por ocultar dicho desprecio:

—Yo nunca he amado a nadie—, dice Zhenya, en un punto del filme, entre los brazos de su nuevo amante, —no siento amor por mi hijo, no lo sentí cuando nació. Me causó repulsión. Sólo te he amado a ti.

Es así como Alyosha desaparece, en el medio de una sociedad hipervigilada por los dispositivos que nos revisten (que nos poseen); el filme hace que la idea de desaparición pareciera contradictoria, i.e., que en la edad de la información sea imposible encontrar datos sobre el paradero de una persona, a pesar de estar rodeado de cámaras, de ojos que registran, que miran el entorno.

Still de Sin amor, 2017. Cortesía de IMDB

 

Desaparecer como un motivo

Se entiende, en determinado momento, que uno de los motivos fundamentales que llevaron a la separación del matrimonio fue el niño, no porque fuese una criatura monstruosa, ni mucho menos; simplemente porque no era deseado. Y esa carencia de amor, esa convivencia forzada sin amor, lleva a un obvio desgaste, a achacar culpas mutuas entre las distintas partes que conforman el núcleo. Una fricción constante que termina por hacer estallar el ambiente cargado de gas. La desaparición de Alyosha, más que conducir la acción dramática hacia una trama «policial», funge como un catalizador para conformar una narrativa de tintes existenciales. Desaparecer se plantea como un catalizador para confrontar, sin mediador alguno, la relación entre ambos adultos: no existe ya un vínculo (biológico) que los una, sin embargo, se integran en la búsqueda del niño. A lo largo de diversas escenas de entre las cuales, nos enteramos que la historia de Alyosha no es un incidente aislado, es decir, el haber sido dado a luz en un ambiente desalmado —un leve guiño, quizá, a que las historias, incluso personales, están condenadas a repetirse, un tanto por aprendizaje, un tanto por venganza.

El motivo de la desaparición brinda la posibilidad de confrontar responsabilidades, dentro en un contexto social que pretende deslindarse de ellas. Podríamos reducir la trama del filme como el drama[ii] de adultos indispuestos a hacerse responsables de las consecuencias de sus actos, desde la totalizante decisión de dar a luz a un hijo, hasta el desapego sufrido entre ellos y su búsqueda por una nueva pareja que logre, al menos de manera efímera —como se intuye al final del filme—, llenar el opresivo e inexorable vacío, como un síntoma de no poder alcanzar dicho ideal (completo) de felicidad.

Still de Sin amor, 2017. Cortesía de IMDB

 

Desaparecer como evidencia

No es por obviar pero, como mencioné al principio, toda lectura está fundamentada en el contexto a partir del cual se lee. Me parece que esto es de gran importancia y debe quedar por sentado para acercarse a toda interpretación de un objeto artístico, sea de la naturaleza que sea. Es así que me atrevo a enunciar que toda desaparición es un acto político —sea voluntaria, es decir, el individuo que conscientemente decide retirarse de la sociedad (como el típico ejemplo de Alexander Supertramp/Christopher McCandless); sea forzada, lo cual pone en evidencia un claro fallo institucional y del estado de derecho. En el caso del filme, la desaparición es ambigua, y con razón: teorías sobre lo que ocurrió con Alyosha van y vienen, desde el hecho de un alejamiento consciente, una búsqueda de refugio, un escondite, hasta el supuesto de secuestro; metáfora aparente de la posible inopia social en la que nos encontramos, irónicamente subyugada por la preponderancia de los medios de comunicación/medios informáticos, que pretenden informarnos de todo aquello que nos rodea.

Ante esto, el filme demuestra la incapacidad gubernamental, sumida en tal nivel de burocracia que no le permite funcionar —y sin embargo ofrece una alternativa: la organización social (pues es, finalmente, una institución civil la que conduce la búsqueda de Alyosha). Esto se me presenta, en un primer momento, como un atisbo de esperanza: ante la corrupción evidente de nuestros sistemas sociales, la alternativa es organizarnos, colaborar entre nosotros, entendernos (con-formarnos) como un colectivo que se impone al vacío, a la incertidumbre, con acciones comunitarias de beneficio mutuo. En segundo instante, lo ligo de nueva cuenta con la idea de la responsabilidad: la sociedad debe procurarse a sí misma ante el desamparo de las instituciones, como manera de contravenir la creciente tendencia del desinterés y la inopia voluntaria.[iii]

Still de Sin amor, 2017. Cortesía de IMDB

 

Desaparecer como conclusión

Para concluir esta breve lectura, vuelvo a una de las ideas que mencionaba al principio respecto a uno de los contextos que componen la trama: el fin del mundo. ¿Qué es el fin del mundo? Humanamente, es un concepto que no podemos comprender porque, per se, implica la ausencia del hombre que puede leerlo. Entonces, cuando cotidianamente nos referimos al fin del mundo, lo que realmente queremos decir es el fin de un orden social imperativamente humano, es decir, el fin de la humanidad como especie significante.[iv] La decisión de instalar la narración dentro del contexto de la profecía del fin del mundo del 2012 es más bien, para los personajes, un augurio de cambio, de la subversión de un orden determinado. Sea para bien o para mal, la desaparición de Alyosha marca un antes y un después en la vida de los involucrados, es una presencia un tanto beckettiana, que ejerce acción a partir de la ausencia. Y es su acción (actuación) la que permanece y queda como una marca indeleble en Boris y Zhenya, condicionando, de cierta manera, su futuro. Acaba el mundo, sí; acaba determinado orden establecido de las cosas, para iniciar de nuevo.[v] Esto no implica, sin embargo, que el pasado quede olvidado. El pasado deja heridas y huellas en nuestras personas que, a la larga, conforman la esencia de quienes somos —un cúmulo de heridas, de estrías que quedan tras habernos estirado a límites insospechados.

Finalmente, la desaparición funge como símbolo tajante de una conclusión. Eliminados los factores que mantenían un vínculo forzado entre dos personas que, racional y emocionalmente, se detestan, quedan finalmente libres (si bien, no absueltos) de responsabilizarse de sí mismos, de sus vidas. La añorada separación se ve concluida con la negación absoluta del otro. La desaparición de Alyosha es un poco como este deseo que tenemos todos: de cerrar los ojos y desear con suficiente fuerza algo hasta que se cumpla —tiene, incluso, este papel mágico. Sin embargo, si no logramos responsabilizarnos de aquello que por naturaleza nos corresponde, ¿qué nos hace creer que nos responsabilizaremos por las consequencias de aquello que deseamos?

Still de Sin amor, 2017. Cortesía de IMDB

 

 

[i] Es una noción fundamentalmente griega la idea de «procurarse —responsabilizarse de— uno mismo».
[ii] En este punto, me parece necesario aclarar que entiendo drama, a lo largo de este texto en su concepción original, como «acción desempeñada por actores», y no como malamente se ha entendido, en una terminología más apegada a la tragedia.
[iii] Aunque quizá estoy sobreinterpretando.
[iv] Esto es, que genera significados a través de relaciones simbólicas entre ideas.
[v] Tal y como, precisamente, lo marca la profecía maya, que más que augurar un fin absoluto, marcó el cambió entre un ciclo, entre una era y otra.

Javier Villaseñor V. es licenciado en Arte por la UCSJ. Se ha desempeñado como escritor y curador en el estudio de un escultor y como artista digital de manera independiente. Es fiel seguidor de David Foster Wallace y lector amante de Virginia Woolf. Cree en las letras como un medio de redención. Instagram / Twitter: @filantropofago

Javier Villaseñor V.

Es licenciado en Arte por la UCSJ. Se ha desempeñado como escritor y curador en el estudio de un escultor y como artista digital de manera independiente. Es fiel seguidor de David Foster Wallace y lector amante de Virginia Woolf. Cree en las letras como un medio de redención. Instagram / Twitter: @filantropofago

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