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Still de L'amant d'un jour, 2017.

Botellas en altamar. L'amant d'un jour de Philippe Garrel

Reseña 10.04.2018

Javier Villaseñor V.

Philippe Garrel presenta un filme cuya narrativa maneja temas como la fidelidad, el deseo y la complejidad en las relaciones de pareja desde la ciudad del amor.

París es un lugar común de nuestra narrativa cultural y sentimental. ¿A qué me refiero? Culturalmente es como un idilio añorado, la mítica arcadia donde grandes artistas y pensadores se arremolinaban en las calles de Montparnasse, debatiendo y haciendo-devenir los movimientos vanguardistas que dieron forma al mundo del arte durante los años locos. Sentimentalmente, ¿acaso no se le conoce a París en el argot popular —entre otras formas—como la ciudad del amor?[i] Paredes atiborradas de grafitis con el Je t’aime, la reja del pont des Arts (entre otros) atiborrada con candados de promesas de amor selladas y resguardadas por el cauce del río Sena —y cuyo peso casi hace colapsar la estructura—,[ii] acción que ha encontrado réplica en otras ciudades del mundo (incluso en rejas a lo largo del circuito Ámsterdam en la Condesa). Así, L’amant d’un jour (Amantes por un día), de Philippe Garrel (Francia, 2017), está atestada de lugares comunes, tanto intelectuales como entramados dentro de la narrativa de amor a la francesa.[iii]

                   La primera escena genera el marco de referencia de lo que la película desarrollará más a lo largo de sus 75 minutos: sexo impromptu en un baño de profesores en la facultad entre un docente y una alumna. La segunda escena también se dedica a trazar los bordes de lo que veremos: una chica, Jeanne, completamente abatida, llora desconsoladamente con una maleta en mano, pues su novio la echó de su piso. Ésta llega al departamento de su padre Gillles quien, descubrimos, es el profesor de la primera escena. Ella llega ahí creyendo que se encuentra solo pero se ve delatado por un estuche de maquillaje dejado sobre el desayunador. Un poco más adelante vemos el rostro de la amante del profesor, la alumna de la primera escena, Arianne, quien tiene la misma edad que Jeanne. «¿No te molesta que esté saliendo con tu padre a pesar de que tengamos la misma edad?» le pregunta Arianne a Jeanne en la mañana. Ésta responde que no, para luego espetarle que su madre era mucho más hermosa que ella. Así se presenta el triángulo protagónico de la cinta[iv] que, a partir de diálogos, va deshilando la madeja emocional que les aqueja.

Still de L’amant d’un jour, 2017.

 

El primer punto que, fundamentalmente, desarrolla la cinta, es la idea de fidelidad. En un paseo nocturno entre Gilles y Jeanne, padre e hija discurren en lo que significa la fidelidad. Éste le comenta que uno es fiel a las cosas que considera importantes, incluso si para otro no lo son o parecen irrelevantes, esto en contraste con lo que Arianne le comenta en otro momento a Jeanne: «los hombres no soportan que las mujeres les seamos infieles de la forma en que ellos nos son a nosotras». Reiteradamente, a lo largo del filme, Gilles le asegura a Arienne que ella puede tener sexo con quien sea, con tal de que no sea descuidada, es decir, que Gilles nunca se entere del cómo-cuándo-con quién. Resalta, entonces, una distinción que me parece relevante hacer notar: para Gilles la fidelidad es a las ideas, a aquellos fragmentos que componen la vida y que, a pesar de todo, se mantienen firmes y estoicos como estandartes de la personalidad; a lo que Jeanne y Arienne, por su parte, refieren, es a la fidelidad al otro, a la persona que significa algo sexual y emocionalmente para nosotros. Aquí es donde entra en juego, a mi parecer, un gran lugar común de la película: Gilles es atendido como la figura intelectual; las cosas mundanas le son ajenas —hombre de contemplación, de reflexión, de ideas—, apuntando a la estereotípica figura del intelectual parisino. Por su parte Arienne, la joven estudiante, siente una infatuación intelectual hacia su tutor que deviene en deseo carnal. Es decir, la joven enamorada del maestro, la «sabiduría» con la juventud, la esquiva frialdad del intelecto con la pasión desgarradora del cuerpo —duelo de opuestos que se ha encargado de generar un destructivo estereotipo romántico en nuestra ingenua mentalidad occidental. En la relación oscilante entre Gilles y Arienne, Jeanne funge como centro gravitacional: ambos giran en torno a ella, utilizándola como espejo para proyectar sus ideas o como ataúd para guardar sus secretos.

Still de L’amant d’un jour, 2017.

 

Así, el segundo punto al que refiere el filme, aunque quizá no de manera directa, es a la vida emocional. Partimos de la segunda escena, donde vemos a Jeanne desolada, buscando consuelo y asilo en casa de su padre. Con las relaciones entre personajes, las emociones parecen pasar a un segundo plano cuando, de manera directa, son las emociones aquellas que median nuestra experiencia del mundo y establecen la forma en que nos relacionamos con los otros. ¿Se puede tener una relación sexual con alguien sin establecer un vínculo emocional? Es posible, sí, pero a mi parecer deshumaniza el acto sexual mismo,[v] incluso si este se da por la mera búsqueda de placer. Es decir, somos seres emocionales —es una de nuestras grandes características como especie, y una de nuestras grandes contradicciones: nuestro motor es un constante debacle entre la razón y la emoción.[vi] Podemos, entonces, esquematizar a los tres personajes bajo estos tres conceptos: Gilles como la razón, Arienne como la pasión, Jeanne como el sentimiento. El trío, entonces, hacinado en un ínfimo departamento parisino —como se esperaría: con paredes retacadas de libros, espacios envueltos en una atmósfera de humo de cigarrillo, vistas poetizadas hacia una ciudad que parece desolada— es una representación del aparato humano, debatiéndose por encontrar un sentido o un punto al cual aferrarse ante la constante incertidumbre de un mundo (social) donde las relaciones son cosa pasajera —cosa, como apunta el título del filme, de un día.

Still de L’amant d’un jour, 2017.

 

Una última anotación en el intento por la interpretación: el comentario que hice en el párrafo anterior, con respecto a la ciudad desolada, no es en vano. Los sucesos en el filme acontecen a manera de episodios marcados por diálogos, el drama es lógico; esto, acompañado por la cinefotografía de Renato Berta, genera un ambiente íntimo y, en casos, claustrofóbico: marca los sucesos de una realidad interna, a los que el mundo exterior parece, en muchos casos, ajeno. Los personajes, más que estar aislados, se encuentran ensimismados, absortos en la resaca de su momento, de sus afecciones: la trama de la película no se basa en un conflicto de escala universal (para el universo significante del filme) sino en un drama interno y estrictamente anudado entre los personajes que forman parte de éste. La ciudad vacía, desolada, cobra cierta relevancia simbólica, en el sentido que, para el ojo selectivo que es la lente de la cámara, el foco está en la situación del trío, en las réplicas que se generan entre ellos, no en la manera en que el mundo exterior afecta a éste. Reminiscente, de manera personal, a la manera en que Virginia Woolf ve a la personalidad: como una botella sellada flotando en una corriente; a veces el sello se rompe y la corriente fluye al interior, muchas veces el interior permanece aislado. Así, el trío conforma un conjunto de botellas arrojadas a la mar —ajenas al fluir de la corriente a pesar de ser llevadas por ésta—, lanzadas, quizá, por un solitario, en busca de cómo sortear el naufragio de la vida social contemporánea.

Still de L’amant d’un jour, 2017.

 

 

[i] Incluso, la página de turismo de Francia para el continente americano, la designa como Capital del amor.
[ii] El año pasado, de hecho, se llevó a cabo la primera subasta de candados de amor, retirándolos del enrejado del puente, para liberar peso. Se dice que los fondos fueron (y serán) destinados para los refugiados, en lo que pretende ser una acción recursiva que saque provecho de la chabacanería de los turistas.
[iii] Sin embargo, desmontando mi propia estructura conceptual, me parece que digo esto último por amargado y por chilango, a saber…
[iv] Y aquí, cinta, con todo el peso de la palabra: Garrel se ha caracterizado, en los últimos años, por rodar en blanco y negro, en formato de 35 mm.
[v] Se puede teorizar mucho al respecto, desde el hecho de compartir instantes de intimidad hasta el más superficial hecho de buscar un placer conjunto.
[vi] Por más cliché que esta idea sea, los clichés se volvieron cliché, precisamente, por apuntar a una verdad que no siempre es tan evidente.

Javier Villaseñor V.

Es licenciado en Arte por la UCSJ. Se ha desempeñado como escritor y curador en el estudio de un escultor y como artista digital de manera independiente. Es fiel seguidor de David Foster Wallace y lector amante de Virginia Woolf. Cree en las letras como un medio de redención. Instagram / Twitter: @filantropofago

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