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James Jean, The Shape of Water, 2017 (poster original). Tomada de Booooooom.com
James Jean, The Shape of Water, 2017 (detalle). Tomada de Booooooom.com

Reseña: Espejos y reflejos. La forma del agua

18.01.2018

Javier Villaseñor V.

Hay que bajarle dos rayitas. Resulta sumamente frustrante ver una película cuando ésta se encuentra rodeada de premios, encomios y alabanzas, pues genera una gran expectativa —y está bien generar expectativa; sin embargo, y como ocurre de manera común en la cultura popular, muchas veces la esperanza es mucho más interesante que el producto esperanzador, y uno no puede evitar sentirse al filo del asiento, esperando aquel momento equivalente al ¡eureka! que justifique la algarabía circundante.

Guillermo del Toro vuelve con un filme que mezcla lo fantástico con lo real, fórmula que le ha valido reconocimiento y renombre, pues es algo que logra hacer muy bien, ciertamente. Pero, sobre todo, vuelve con un filme profundamente humano, y digo esto con una clara nota de ironía —me explico: la trama de la película gira en torno a una creatura[i] acuática y la relación que establece con una chica muda, Elisa Esposito; al mismo tiempo, narra el interés que este ser tiene para la comunidad científica estadounidense, quienes pretenden estudiarlo para poder desarrollar su programa espacial (y, de alguna forma que no queda del todo clara en la cinta, superar a los rusos). Pero es el primer punto el central para el desarrollo de la trama, pues es el catalizador de los acontecimientos que conducen al clímax del filme. Volviendo al punto que intento explicar, el filme explora las relaciones humanas con un ser no-humano, y es ahí donde la película sustenta su gran mérito: al poner en evidencia lo ensimismados que nos encontramos, pues no nos vemos reflejados en el otro-humano, sino en aquella otredad que es, a primera instancia, completamente ajena a nosotros —de hecho, una pregunta que levantaría el largometraje es ¿qué tan ajena nos es esa otredad?

La forma del agua (The Shape of Water), Estados Unidos, 2017. Dir. Guillermo del Toro.

No hay que olvidar que se debe considerar el contexto a partir del cual surge una obra, en este caso de cine. Ninguna de las ramas del arte se puede desligar del contexto que las produjo, pues en ellas no sólo nos vemos reflejados a nosotros mismos, como observadores; también encontramos ecos de aquella sociedad a la que intenta representar de primera mano. Así, queda establecido que toda practica artística tiene implícito un discurso político, pues, siendo aristotélicos, es lo que somos.[ii] Es el caso de La forma del agua. Consideremos esto: la cinta es una producción estadounidense, de Double Dare You Productions, distribuida por Fox Searchlight, y está dirigida por un director de origen mexicano. Conocemos las implicaciones de la relación México-Estados Unidos actualmente, tras la perpetuación de discursos de odio que ya no sólo fungen como banderas políticas, sino que se han transformado en verdaderos estandartes para algunos grupos. Me parece entonces interesante leer el filme como una respuesta por parte del mexicano hacia el país del norte: aquello etiquetado como otredad es, realmente, tan ajeno como uno mismo es para sí. Somos nuestra propia distancia. Y no sólo me parece relevante desde el punto de vista de esta relación bilateral; lo encuentro relevante por la situación actual de migración que aqueja al mundo: se clasifica, se etiqueta, se señala con el dedo aquello que es diferente a lo que creemos que somos nosotros. Del Toro transmite esto no sólo con lo abyecto que pudiese parecer la creatura en determinado momento; también lo hace notar con el papel de Elisa Esposito —recupero, por ejemplo, este diálogo que Elisa tiene con su vecino y mejor amigo, Giles: ¿Qué soy yo? Muevo mi boca, como él. No emito sonidos, como él. ¿En qué me convierte? Todo lo que soy, todo lo que he sido, me han traído a este punto, a él […] Cuando me mira, la manera como me mira… él no sabe lo que carezco, o de qué forma estoy incompleta. Él me ve por lo que soy, por como soy…— y con la homosexualidad (negada socialmente) de Giles, quien es rechazado por un joven mesero con quien comenzaba a entablar una relación, con la cortante frase ¿Qué crees que soy?.

La forma del agua (The Shape of Water), Estados Unidos, 2017. Dir. Guillermo del Toro.

A lo largo del filme, Elisa hace notar esa sensación de incompletud que la aqueja. Si llevamos esto de nuevo a la situación política actual, uno sólo puede imaginarse la clase de barrera que implica para un migrante mover la boca y que el otro sólo escuche ruido, las barreras del lenguaje que aíslan y separan —y que sin embargo, en la cinta, se ven mediadas entre la creatura y Elisa por un vínculo simbólico mucho más fuerte: el emocional. Reconociendo en el otro a un ser que tiene la capacidad de amar, de sentir, de ser validado y respetado por lo que es.

Otro punto que toca el filme es la idea de la soledad. Para Elisa, la creatura es «el ser más solo que ha visto». En algún punto del filme, también, Giles se refiere a Elisa como una persona que está sola. Esta visión nos engloba como sociedad. Actualmente, más allá de las barreras del lenguaje, existen fronteras mucho más cercanas e inmediatas con las cuales lidiar: podemos encontrarnos en una habitación rodeados de personas y, sin embargo, cada quien puede estar abstraído, solo, ensimismados en nuestro propio consumo de entretenimiento personal. La soledad como un síntoma de la separación a la que nosotros mismos nos hemos condenado, todo por no voltear a ver más allá de la pantalla para mirar a alguien a los ojos.

La forma del agua (The Shape of Water), Estados Unidos, 2017. Dir. Guillermo del Toro.

La forma del agua es un filme que cumple con dos objetivos: entretener (porque es parte de la industria cinematográfica que, por más discurso que se le imponga, tiene como meta principal ser una fuente de consumo de entretenimiento) y dejar al espectador con un buen sabor de boca. A nivel de imagen, la cinematografía de Dan Lausten es impecable, como lo es el obsesivo detalle que nos ambienta en una década de los sesenta imaginada —quizá— por los hermanos Grimm. Finalmente, la película también cumple con el objetivo de plantearnos reflexiones sobre la manera en que nos relacionamos con los otros. Por otro lado, si bien encausa estas reflexiones, el filme no deja de perder cierto tinte de cuento de princesas, pudiendo ser mucho más contundente en su trato conceptual con temas como la homosexualidad, representada en Giles, o los puentes y barreras comunicativas entre dos realidades ajenas una de la otra.

La película tiene el gran acierto de plantarnos un espejo; un espejo que no refleja nuestra figura, un espejo que nos pregunta ¿qué eres tú?, esperando en la respuesta un gesto de humanidad, una mano, un hermano.

 

[i] Y escribo creatura y no criatura con toda intención, pues entiendo creatura como ente creado, mientras que criatura como ente criado…

[ii] i.e. Animales políticos.

 

 

[18 de enero de 2018]

Javier Villaseñor V.

Es licenciado en Arte por la UCSJ. Se ha desempeñado como escritor y curador en el estudio de un escultor y como artista digital de manera independiente. Es fiel seguidor de David Foster Wallace y lector amante de Virginia Woolf. Cree en las letras como un medio de redención. Instagram / Twitter: @filantropofago

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