Cn
Still de El mar nos mira de lejos, 2017
Still de El mar nos mira de lejos, 2017

Reseña: Et in arcadia ego: El mar nos mira de lejos.

05.03.2018

Javier Villaseñor V.

Nos contamos la tierra. Nos narramos nuestra existencia en el mundo. Aceptamos que vivimos eternamente distantes —que jamás lograremos conocer al otro realmente.

Hay una metáfora común: nadie es una isla; es decir, nadie está aislado. Nuestra existencia se conforma por una serie de relaciones que ocurren entre individuos y el espacio que se ven obligados a compartir. Estas relaciones conforman una comunidad. Una comunidad conforma una ideología —una manera de pensar el mundo; una ideología conforma una identidad y, cerrando el círculo, la identidad vuelve a la persona, al individuo —lo alimenta, lo moldea, le da un sentido de pertenencia y, en los casos más afortunados, un sentido existencial. El mar nos mira de lejos, ópera prima de Manuel Muñoz Rivas, transita la frontera entre el documental y la ficción —¿y no son una misma cosa?

Pienso que, si bien, los documentales giran en torno a hechos verídicos, su producción implica una construcción, un montaje determinado que logra, al final, transmitir una visión particular del realizador. Por otro lado, solemos ver a la ficción como invención pura —que no tiene un correlato directo en la realidad. Lo cierto es que aspirar a mostrar la realidad tal y como es se presenta una tarea titánica e imposible —a menos que fuésemos el gigante griego Argos (Argos Panoptes, el que todo lo ve). Pero si Argos hablara, si intentara describir todo lo que ve, ocurriría algo similar a lo que describe Borges en el Aleph: se ve todo lo que es, ha sido y será, de manera simultánea; pero al intentar transcribirlo, los sucesos acontecen de manera lineal, porque el leguaje (los lenguajes, en general) es lineal. Esta transformación, esta traducción entre idiomas implica una pérdida pero, al mismo tiempo, gana en posibilidades —nos permite construir, crear, inventar a partir de la sucesión lineal de caracteres que, en conjunto, significarán algo. Entonces, hacer documental es hacer ficción: ficción ya que ésta no se limita al campo de la inventiva, sino al mundo de lo verosímil —de lo que puede ocurrir aunque no ocurra o no haya ocurrido.

La obra de Muños Rivas comienza con un mito: el de la añorada ciudad de Tartessos—cómo los griegos veían en ella un modelo de virtud y de progreso, gente de virtud, quizá herederos de aquella antigua Arcadia a la que los griegos buscaban regresar. Cuenta cómo, a lo largo de los años, expediciones de arqueólogos se internaron en aquella tierra de arena, para desenterrar aquella ciudad, una búsqueda de un mito. Tartessos da al Atlántico, lo que para los griegos implicaba ir más allá de las columnas de Heracles en el estrecho de Gibraltar; el fin del mundo conocido, el límite entre la terra cognita y la terra incognita. La voz en off que conduce el documental, con apenas tres o cuatro intervenciones, como si dividiera el largometraje en capítulos, interviene diciendo que aquellos arqueólogos y expedicionistas que llegaban ahí, buscando los tesoros perdidos de aquella civilización, volvían decepcionados: solo hierba y arena, arena hasta el fin del mundo, hasta donde alcanza la vista, con un mar azul profundo que irrumpe el horizonte y que lo envuelve, lo observa, todo.

Still de El mar nos mira de lejos. 2017

Así, la película se presta ser contemplada de manera poética —es un poema visual de 93 minutos, con diálogos apenas, con una temporalidad difusa, con personajes que, como comenté al principio, parecen estar aislados dentro de sí, y que al mismo tiempo comparten una misma esencia existencial: todos están completamente solos, todos son rectas asíntotas que, por más que se acerquen, jamás se tocarán. Y es evidente: a lo largo del filme, aquellos que podemos denominar como personajes principales jamás interactúan entre sí, a pesar de habitar el mismo cielo y contemplar el mismo mar. Hay una reminiscencia animal, salvaje, en su modo de vida —a veces parecen un grupo de cazadores-recolectores: cosechan del mar, del bosque circundante, no para vender u obtener alguna clase de remuneración, sino en un intento por sobrevivir: no pasar frio cada noche, tener qué comer durante el día. En el filme se les ve repitiendo las mismas acciones, completamente consumidos por una rutina que, quizá, no tiene mucho sentido.

Uno se pregunta, ¿qué es de estas personas? ¿Qué es de sus familias,? ¿De donde vienen y por qué están aquí? Aquella comunidad anónima al sur oeste de España es una clara muestra del idilio perdido —hemos encontrado el paraíso: hay dunas, dunas de arena, hay vacío. Me parece que lo que El mar nos mira de lejos pretende cuestionarnos es precisamente aquella duda fundamental que todos nos hemos hecho alguna vez: ¿Por qué estoy aquí? ¿Cuál es el sentido de mi existencia? Parece que los personajes, mayormente ancianos, siguen existiendo simplemente por inercia, por continuar una rutina diaria que es como una maquinaria afinada a la perfección. Son personajes dejados a su suerte, arrojados al páramo de la existencia cuya única constante es la contemplación del mar y el sonido de sus olas rompiendo sobre la arena. A veces llegan los turistas —pues la locación del filme, de la mítica Tartessos, corresponde al coto de Doñana, en la región autónoma de Andalucía— en furgonetas para pasar una tarde en las playas, marismas y rivera. Los hombres, los pescadores, se limitan a observarlos, a permanecer completamente ajenos a ellos —son sus risas, sus voces, sus gritos, la condena que rompe sus votos (de manera involuntaria, quizá) de silencio. Es esta distancia una constante en el filme: siempre existe la presencia del otro, ominoso e incomprensible. El largometraje también toma una mirada alejada con respecto a las personas: no es partícipe de las actividades de los habitantes, no busca penetrar en su intimidad para generar un retrato realista de las personas, no; tampoco se mezcla con los turistas —no ahonda en quiénes son y de donde vienen, simplemente se les observa llegar e irse, alegres quizá por haber encontrado lo que buscaban, o decepcionados por no hallar aquello que añoraban. Otra otredad que intenta inmiscuirse en la vida cotidiana de los pescadores es la de los arqueólogos, exploradores, quienes viven tranzando mapas y líneas para encontrar aquella mítica ciudad perdida. La narración, en su última intervención, cuenta cómo uno de aquellos exploradores se internó entre las dunas de arena Doñana, impulsado a encontrar algo en ellas —jamás se le volvió a ver.

El mar nos mira de lejos, ¿qué significa? ¿Acaso no son las aguas el testigo eterno de las proezas humanas? Inamovible e inexorable: el mar contempla esta peregrinación que busca recuperar un Edén, un paraíso perdido y olvidado, enterrado por las arenas del tiempo. Es de resaltar la preponderancia que se le da a la arena a lo largo del filme: escenas elongadas que muestran cómo el viento acomoda la arena en las dunas, o cómo uno de los personajes se empeña por cavar —¿para encontrar qué?— frente a su casa, llenando una carretilla con la arena que extraía y llevándola más allá. Inevitablemente la marea sube, la marea trae consigo la arena removida; a la mañana siguiente, el hoyo está de nuevo cubierto. Comienza todo de nuevo —hay algo de Sísifo en esto; hay algo del mítico erebo en esta ficción documental—; parece un mundo de añoranzas y de olvidos, un mundo que vive mirando al horizonte. Una realidad que se dedica a mirar hacia el vacío esperando que éste le mire de vuelta —el vacío yace ahí, en la línea que divide cielo y mar. En ningún momento se ve, de hecho, a alguien interactuando con las aguas —quizá algunos niños turistas saltando olas en la playa, pero nada más: ninguno de los personajes, ninguno de los pescadores, se ve internándose al océano.* El filme, así como los personajes de éste, ven al mar como un espacio sagrado, como una catedral que no debe ser profanada; se le entiende como el motor de la historia, el principio el final, pues sus olas borrarán nuestras huellas una vez que nos hayamos ido. El mar mira de lejos porque es el eterno telón del desarrollo de la tragedia humana. En su mirada de agua y espuma se guarda el secreto de un sinfín de paraísos perdidos y añorados. Es esta visión contraria entre idilio y limbo lo que se conjuga en el filme.

Still de El mar nos mira de lejos

De acuerdo a Virginia Woolf, la vida se divide entre momentos de ser —de vida— y momentos de no-ser —sin vida—: los primeros son aquellos momentos que dejan una marca indeleble en nuestro espíritu, aquellos momentos en los que se fundamenta nuestra personalidad, contrarios a los momentos de no-ser, los cuales son la mayoría de los instantes, la mayoría de los días de nuestra vida: días que sólo son una sucesión temporal que no deja mella en nosotros pues transcurren entre la bruma del porvenir. Con este filme, Muñoz Rivas ha logrado esbozar aquellos momentos de no-ser; es una obra que resuma cotidianidad, una obra que es como cualquier día en la vida de estos personajes —es por eso, me parece, que también se presenta a una temporalidad difusa: ¿cuál es el tiempo que transcurre a lo largo del filme? La única manera de constatar que el tiempo ha pasado es por el encuentro entre uno de los personajes con una chica,** quien, en la ultima toma, está próxima a dar a luz. ¿Acaso importa el tiempo? La obra se mantiene verosímil a pesar de ello, pues sólo nos muestra aquello que considera es meritorio mostrar.

Visualmente, es una película sumamente afortunada, se da un delicioso maridaje entre lo visual y lo auditivo, entre lo inverosímil y lo apabullantemente cotidiano —que, al final, inverosímil y cotidiano terminan siendo una misma cosa.

 

Consulta la programación para saber cuándo y dónde verla en cines.

 

 

 

* Y esto es especialmente interesante, pues jamás se ve a los pescadores haciéndose al mar, sólo se les ve al volver de la pesca.

** No menciono nombres ya que el filme los mantiene anónimos: nos enfrenta a un ejercicio de afasia, donde se ve al individuo pero no se le puede mentar con un nombre; metáfora, quizá, de la experiencia propia de estos personajes, que parecen hundidos en un olvido —un olvido que lo cubrirá todo con arena.

 

 

Javier Villaseñor V. es licenciado en Arte por la UCSJ. Se ha desempeñado como escritor y curador en el estudio de un escultor y como artista digital de manera independiente. Es fiel seguidor de David Foster Wallace y cree en las letras como un medio de redención. Instagram / Twitter: @filantropofago

Javier Villaseñor V.

Es licenciado en Arte por la UCSJ. Se ha desempeñado como escritor y curador en el estudio de un escultor y como artista digital de manera independiente. Es fiel seguidor de David Foster Wallace y lector amante de Virginia Woolf. Cree en las letras como un medio de redención. Instagram / Twitter: @filantropofago

siguiente

Newsletter

Mantente al día con lo último de Gallery Weekend CDMX.