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Opinión: ¿Vale más un Banksy pirata?

12.08.2014

El misterio de la originalidad es un recuerdo. Todavía pueden escucharse los ecos de su letrilla en el mercado del arte, que es el último lugar donde se quisiera ver legitimada la originalidad de la obra de arte —al menos por lo que se refiere a las aspiraciones metafísicas de su valor simbólico. Es inquietante y escandaloso que en el mundo del arte ocurran eventos como los que involucraron al prestigioso curador Oliver Wick, del Museo de Arte Moderno Kunsthaus de Zúrich, quien dio por auténticos cuadros supuestamente firmados por Rothko y recibió 400 millones de euros por el peritaje, cuando se trataban de copias realizadas por Pei-Shen Quian, un artista callejero chino del barrio de Queens.

Y es que ciertamente ha sido el mercado del arte (ocasionalmente el museo) el que se ha visto obligado a implementar múltiples estrategias (certificaciones, cédulas, peritajes) para asegurar que el valor económico invertido en la compra de obras de arte no se vea amenazado por el fraude o el engaño. Pero siempre cabe preguntar, ¿cuál es el problema con las copias?, ¿qué valor tienen las reproducciones, las falsificaciones, las imitaciones o las intervenciones?

Otro ejemplo es significativo para el tema: un grafitero (Banksy) deja su marca por las calles de Bristol o Londres mientras un grupo (Sincura Group) es acusado de robo porque se encarga de remover sus grafitis y ponerlos a la venta (stealingbanksy.com) con todo el instrumental legal que certifica el valor artístico de esos objetos. El caso también detona una serie de interrogantes. Dejando para el final la gran pregunta respecto de la relación del arte con el asunto de la originalidad, ¿qué criterios podrían aplicarse para recuperar un trozo de muro, una mampara vieja, una puerta de un edificio antes de su demolición y conservar así las huellas del vandalismo para su venta?, ¿por qué una propiedad se deprecia si está pintada y la pinta adquiere valor económico al ser removida del espacio público?, ¿cuánto vale una pinta y quién certifica su originalidad?

Quizá valdría la pena reconsiderar el modo como acontece actualmente el carácter aurático de la obra de arte (la suma de originalidad y autenticidad de la obra de arte, según Walter Benjamin), que ya no se remonta a ese pasado prístino donde supuestamente su valor simbólico acontecía como una epifanía que se comunicaba a los fieles en el seno del culto. Actualmente, aquella aura descansa en el estatus de la obra como valor circulante (llamamos “efectivo” al valor que puede intercambiarse por cualquier otro valor). Así, la originalidad de la obra de arte no sería otra cosa que su efectividad o factibilidad de circular en un mercado de valores.

En efecto, para que un bien –material o simbólico– pueda inscribirse en un mercado de bienes intercambiables económicamente (de acuerdo a un régimen administrativo que evalúa el rendimiento de dichos valores en circulación), su valor tiene que ser reconocido y certificado por un mercado donde se ponga a disposición los valores que ahí se cotizan. Es decir, para que un objeto entre en circulación en el mercado de los bienes simbólicos a los que llamamos “obras de arte”, basta con que alguien ponga sobre la mesa los bienes que posee y pregunte si entre los posibles consumidores hay alguno que reconozca el valor de sus productos como para hacer circular el objeto en dicho mercado. Cuanto más valor adquieren los bienes intercambiables de un productor, mejor se “cotiza” éste en el mercado.


Gustavo Luna es candidato a doctor en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México, profesor de estética, hermenéutica y fenomenología del arte en la Universidad del Claustro de Sor Juana. Ha participado en el Congreso de Hermenéutica (Xalapa, 2003), en la revista Theoria (UNAM, 2002) y en el Congreso Internacional de Filosofía en México.


[12 de agosto de 2014]

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