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Reunión con John Cage en el Café de Tacuba, julio de 1968. Cortesía Beatrice Trueblood.

John Cage en el Museo Jumex. Rompiendo con el silencio histórico

Reseña 12.07.2018

Manuel Guerrero

La exposición del Museo Jumex dedicada a John Cage muestra la influencia del artista y compositor estadounidense en la escena artística mexicana a finales de la década de 1960.

John Cage es la tercera edición de la serie Pasajeros del Museo Jumex: un proyecto de microexposiciones documentales y biográficas dirigidas a revisar el papel que destacados artistas de varias disciplinas tuvieron en la redefinición cultural de México, mediante la interacción con la escena intelectual en distintos momentos del siglo XX. En el caso de esta exposición dedicada al músico estadounidense —cuyos trabajos en torno a la composición musical basados en procesos indeterminados siguen siendo citados por distintos artistas—, la revisión histórica parte de sus poco conocidas pero documentadas visitas a México entre 1968 y 1976, y está conformada por archivos provenientes de colecciones institucionales y personales, acompañados de algunas obras realizadas en homenaje a Cage con el propósito de dimensionar su legado.
Si bien su última visita fue de un carácter más personal, su primer viaje en el 68 tuvo lugar en un contexto cultural sumamente dinámico para México: en el marco de las Olimpiadas del mismo año, la celebración de la unión internacional fue una aspecto indisociable de la política del estado, por lo que el gobierno mexicano convocó a artistas de varios países para realizar presentaciones en lugares clave para la cultura en la capital mexicana.
Entre los archivos que destacan en la exposición, resalta un programa de mano del ciclo de presentaciones de la Compañía de Danza de Merce Cunningham —coreógrafo y pareja sentimental de Cage— en el Palacio de Bellas Artes que contó con la música del propio John Cage, y cuya dirección de arte estuvo a cargo de importantes artistas visuales de la época, como Robert Rauschenberg, Frank Stella y Jasper Johns. Estas participaciones, formalizadas en el diseño de vestuarios y escenarios, son un punto de partida excepcional para comprender que las tendencias experimentales de John Cage no estaban fuera del tiempo ni estaban cerradas a la música, ya que incluían la colaboración con otras disciplinas —en apariencia— distantes de lo sonoro.

John Cage y Merce Cunningham en entrevista con Juan Vicente Melo y Beatrice Trueblood, 1968. Cortesía de Beatrice Trueblood.

A partir de esta visita, John Cage articuló relaciones profesionales con intelectuales mexicanos tales como Octavio Paz y Mario Lavista. La exhibición, además de presentar correspondencia personal entre estos personajes —que nos aproxima a la vida diaria de Cage—, deja patente una cuestión significativa de finales de los 60 y principios de los 70: la fascinación por las filosofías orientales no fue exclusiva de un solo país occidental e impactó de manera considerable la producción artística en cada escena local, construyendo —en suma— un fenómeno icónico cuyas consecuencias creativas se perciben hasta el presente.
Antes de proseguir con los ejemplos concretos de estas correspondencias intelectuales entre John Cage y la comunidad intelectual mexicana, es necesario preguntarse: tomando en cuenta la línea curatorial que el Museo Jumex ha presentado en sus últimas exposiciones, ¿por qué es pertinente hablar del pensamiento oriental en relación a las prácticas artísticas actuales? Considero que el arte contemporáneo —a la par de las referencias prácticas encontradas en la obra de otros creadores— se enriquece de perspectivas filosóficas y teóricas de autores que no necesariamente corresponden a la tradición europea clásica. Aunque estos contactos con oriente no son del todo nuevos, nuestra época ha enfatizado la necesidad de descolonizar distintos aspectos de la sociedad y la cultura, en los que la historia del pensamiento no es la excepción. Por ello, en la actualidad —y en el caso del pensamiento oriental— prestar atención a las ideas que distan del esquema lógico bajo el que se estructura gran parte de nuestro entendimiento de las cosas es más que un revival de la curiosidad despertada por autores como Alan Watts o Jean M. Rivierè en los años 60: hoy en día, esto tiene implicaciones que impactan en los dispositivos ideológicos que conforman la historia en torno a un suceso y en la manera en que se realiza y asume dicha narrativa.

Arnaldo Coen y Mario Lavista, Jaula. Homenaje a John Cage, 1976. Tomada de Cultura UNAM.

De vuelta a los encuentros de Cage con personajes de la producción cultural en México: tomando en cuenta el trabajo de Paz en la traducción de haikús del antiguo poeta japonés Matsuo Bashō y la clara influencia que el pensamiento zen tuvo en las obras e ideas del artista, no es extraño inferir que este fuere un factor importante para cultivar una afinidad filosófica, presente también —en el caso de la música— dentro de los diálogos artísticos entre John Cage y el compositor mexicano Mario Lavista: un proceso mediado por la entrega creativa al azar y el cambio. En este sentido, el I Ching —un antiguo libro oracular chino— fungió como guía para ambos artistas en el desarrollo de obras, lo cual estrechó los lazos que detonaron conversaciones llevadas a otros formatos, como sucedió en los textos publicados en revistas como Plural —editada por Paz— y Pauta —fundada por Lavista. De este modo, el público mexicano entró en contacto con los posicionamientos de Cage respecto a temas vinculados con la historia de la música en México e ideas cercanas a su filosofía del arte, pues encontraba en la historia del arte una brecha crítica, derivada de la separación académica entre la música y el resto de las artes.
Además del acervo fotográfico y hemerográfico reunido en la muestra, se incluyen piezas escritas por el propio Cage, en las que deja patente su admiración por otros músicos —dentro de un formato de carta bastante experimental e interesante. Un ejemplo de ello es su carta a Conlon Nancarrow titulada A Long Letter, en la que, a partir de cada una de las letras del nombre y apellido del músico mexicano escritas a máquina, describe sus apreciaciones sobre la obra de Nancarrow.
Ésta y otras cartas/poemas incluidas rompen con el carácter documental y biográfico de la exposición, pues son en sí mismas obras —si tomamos en cuenta los planteamientos de un interés medular en la producción musical y artística de Cage: la composición.

Vista de sala de «Pasajeros 03: John Cage.» Cortesía de Museo Jumex.

Indudablemente, la mayor parte del trabajo de Cage se puede clasificar dentro de la música y el término «arte sonoro», pero no podemos olvidar que su trabajo en las artes plásticas durante los últimos años de su vida, así como las posibilidades de reacomodar el sentido de un mensaje mediante el el desplazamiento de los renglones, son seña de una curiosidad por saber qué tipo de estructuras se pueden organizar a través de elementos sonoros o visuales.
4’33” —una de sus obras más emblemáticas—, antes que un elogio al silencio absoluto, es una invitación del compositor al público a escuchar cómo los sonidos no-musicales conforman sentido en una duración específica, dedicada a un ejercicio de escucha sin mayores pretensiones que el entendimiento de lo que sucede. En este sentido la obra, por sus cualidades sonoras, es diferente en cada interpretación, y no requiere de un instrumento o combinación de instrumentos en especial: únicamente requiere la atención de un público dispuesto a escuchar con atención el ambiente que se compone, durante cuatro minutos y treinta y tres segundos. Y, sin embargo, la obra sigue siendo musical, pensando en la música como el arte de la organización de los sonidos en el tiempo.

 

Finalmente, la exposición presenta como un epílogo algunas obras que dejan patente la influencia de Cage en otros artistas: Renga IV (John Cage), del pintor argentino de ascendencia japonesa Kazuya Sakai recurre al espacio pictórico como una partitura, en el que los motivos representados pretenden evocar cualidades sonoras a partir de una asociación visual con el movimiento de los trazos y la intensidad de los matices; y Jaula. Homenaje a John Cage de Arnaldo Coen y Mario Lavista, que presenta la imagen de una jaula —en referencia al apellido Cage— compuesta por la superposición de hojas de papel recortadas que, en los bordes, muestra una serie de puntos con los cuales un pianista puede interpretar una pieza sonora.

El planteamiento curatorial de Pasajeros 03: John Cage brinda un espacio de convergencia tanto para el público interesado en los procesos del arte sonoro como para aquellos que recientemente se adentran en el trabajo del compositor, con el fin de entender la manera en que la práctica artística de Cage funciona como un hilo que vinculó numerosas perspectivas. Además, la genealogía planteada en esta muestra propone nuevas rutas de investigación para ahondar en la influencia de Cage, y de otros artistas extranjeros, dentro de la producción artística actual en México.

Pasajeros 03: John Cage podrá visitarse en el Museo Jumex hasta el 16 de septiembre del 2018.

Manuel Guerrero

Ha participado en más de quince exposiciones colectivas y encuentros de arte sonoro en México, Reino Unido, Japón y España. A la par de la producción artística, ha escrito para más de doce plataformas dedicadas a la reseña y crítica de arte.

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Vista de sala de «Pasajeros 03: John Cage.» Cortesía de Museo Jumex.