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Arte colombiano contemporáneo

23.07.2012

Una joven escena de arte contemporáneo se desarrolla en uno de los países más complejos de América Latina. ¿Quiénes son los actores de este movimiento? ¿Bajo qué directrices se conforman sus obras?

En los últimos 20 años, el arte colombiano ha cambiado significativamente; a pesar de que el campo artístico ha presentado un sostenido descuido por parte del Estado y de la empresa privada, en tiempos recientes se han incorporado una serie de modificaciones que han cambiado las formas de circulación, producción y consumo de arte. Esta situación se puede explicar desde varios fenómenos locales e internacionales que han profesionalizado a los artistas de una manera jamás vista.

Con motivo de la séptima edición de la Feria Internacional de Arte de Bogotá ArtBo, un evento que reúne las mejores galerías colombianas, te presentamos una selección de los artistas más destacados de Colombia que publicamos en nuestro especial de arte Código 62.

Milena Bonilla (Bogotá, 1975)

Fronteras, mapeos, flujos y cruces presentes en la vida cotidiana son los elementos que recopila Bonilla en su trabajo, quizá como una apuesta por superar las representaciones predominantes del estado de las cosas que emiten hoy la televisión, la radio, internet y la prensa escrita. Para esto recurre a su memoria personal del espacio vivido y recorrido en la ciudad, apelando a la confusión y exceso de los estímulos urbanos que bombardean continuamente al transeúnte desprevenido.

Carlos Castro (Bogotá, 1976)

La provocación es la táctica de la que mejor se sirve en los trabajos que ha producido desde su periodo de formación profesional hasta hoy. Con esta táctica logra invertir el sentido de lo que se puede hacer o no con una obra de arte o el nombre de un artista, introduciendo trampas propias de la representación artística.

Castro propone otros sistemas de ordenamiento de objetos, materiales y espacios que permanecen al margen del discurso estético, instaurando nuevas configuraciones de la memoria histórica del país. Por ejemplo, la réplica del busto de Bolívar que hizo con comida para aves y que instaló, para ser devorada por palomas, a un lado de la escultura original ubicada en el centro de Bogotá.

François Bucher (Cali, 1972)

En varios de sus trabajos emplea las interminables imágenes de la violencia y de las violencias propiamente dichas que, aunque perturbadoras, persisten en la esfera pública colombiana. Recurre al registro de hitos de la memoria nacional (y global), la yuxtaposición de eventos y encuadres, a la manera de un montaje cinematográfico, transparentando la parcialidad de la “verdad” política, mediática e ideológica. En este caso, la imagen corresponde a un still de La Raíz de la raíz (Todo pueblo tiene su historia), que escarba en la trayectoria del controvertido ex-presidente colombiano Ernesto Samper, involucrado en un sonado caso de corrupción política a causa del narcotráfico, que contrasta de forma dramática con su postura progresista en la lucha mundial contra las drogas.

Utopía muestra una serie de grietas en el pavimento de la ciudad, causadas por plantas en crecimiento. Las fotografías señalan negociaciones de lo natural en oposición a lo urbano y, tangencialmente, interrogan los marcos ideológicos que construyen la noción de naturaleza, paisaje, hábitat y medio ambiente.

Mateo López (Bogotá, 1978)

A través del dibujo y la maquetación como técnicas básicas, Mateo López se ha encargado de reflexionar sobre el oficio y el trabajo manual del artista, recuperando técnicas históricas de precisión manual, como la construcción de modelos a escala. Sin embargo, el trabajo de López no es un mero capricho visual ni artesanal, sino que se sirve de un juego visual complejo que tiene que ver con el cuestionamiento de la realidad de los objetos, de su utilidad y de sus posibilidades expresivas. Al crear maquetas y doblar papeles para problematizar la segunda dimensión del dibujo, el artista inserta ficciones en el mundo real que cuestionan el ser de los objetos. Muchos de sus trabajos son instalaciones que muestran sus procesos de trabajo. Allí conviven objetos reales y ficciones, lugares que dejan de ser comunes para convertirse en extraños.

Nicolás Consuegra (Bucaramanga, 1976)

En su ya extenso proceso creativo, Consuegra ha insistido en recopilar registros de memorias no oficiales y archivos culturales que, por lo general, están fuera de los temas y motivos artísticos. Emplea referentes residuales, como los que abundan en ambientes populares para el ocio, en los medios masivos de comunicación, en los objetos arquitectónicos construidos en sectores modernos en decadencia de la ciudad, en el diseño popular e incluso, en el recuerdo de su propia cotidianidad.

Fernando Uhia (Bogotá, 1969)

El trabajo de Fernando Uhia se ha centrado principalmente en la investigación de las diferentes formas de composición de una imagen, sobre todo pictórica, y de cómo esa imagen se ve interferida por una posible lectura enriquecida por otras imágenes que circulan en diferentes ámbitos, como la televisión e internet. Los resultados de esa investigación de la imagen son construcciones, abstractas o figurativas, que tienden, con humor, a replantear los fundamentos de la pintura. Fernando Uhia, más que un pintor, es un ironista. Sus obras son una simultaneidad de cosas que en el mundo siempre han sido conflictivas; su virtud, sin embargo, es hacernos notar que esa simultaneidad es permanentemente un problema, que la discrecionalidad y organización de las cosas no tiene un sentido fijo, y que una pintura es siempre mucho más que su propia tradición.

Alberto Baraya (Bogotá, 1968)

La obra de Alberto Baraya está permanentemente en una dialéctica que, como lo indicó Humberto Junca, se mueve entre lo íntimo y lo público, lo natural y lo artificial, lo útil y lo inútil; entre lo nativo y lo exógeno. Su trabajo, como el de un taxonomista viajero, recolecta escenas de paisajes y plantas artificiales made in china que son clasificadas, dibujadas y exhibidas como en herbolarios del siglo xix. Las clasificaciones de esta naturaleza pirata, amañada y kitsch son el recuento de una cultura visual que cuestiona la noción de naturaleza, pero que además pone en crisis la misma idea de clasificación racional como objetividad científica. Esa naturaleza falsificada, que se puede encontrar en todo el mundo, remite a unas ansias de volver a ella, aunque sea de forma artificial —que, sin embargo, es más duradera—.
De este modo, su trabajo adquiere una dinámica autorreferencial, a la vez que un tono reflexivo sobre la condición del objeto artístico y la política de la representación del campo del arte, todo en el contexto globalizado y profundamente local propio de las sociedades contemporáneas.

Alejandro Araque (Garagoa, Boyacá, 1976)

Su producción está situada en los intersticios de los procesos de comunicación y cultura. Trabaja junto a jóvenes estudiantes de universidades públicas, habitantes de las barriadas populares de Bogotá y Medellín, y miembros de distintas comunidades campesinas e indígenas del centro y el sur del país.

Artista-docente, Araque se vale de los nuevos medios para la información y la comunicación, con una postura que abraza postulados del copy left, el open source, el software libre, el trabajo en red, el apoyo comunitario y la solidaridad. Ha apropiado el uso de dispositivos tecnológicos en territorios aparentemente olvidados por “la luz” del desarrollo, instaurando nuevos circuitos y estrategias inéditas para la representación y aprovechamiento de lo cultural en su sentido más amplio.

Liliana Angulo (Bogotá, 1974)

El trabajo de esta artista y gestora cultural ha indagado en la representación del otro racial y de género en el país. También ha abierto un espacio importante para la reflexión sobre la cultura afrocolombiana desde la representación artística. Creadores como Angulo reconocen en el arte una práctica cultural que pertenece a un campo mucho más amplio de la vida social, que no se restringe a museos, galerías y escuelas de arte, sino que funciona como una herramienta que puede llegar a impugnar los símbolos de la nacionalidad colombiana, abriendo un lugar a quienes no se sienten representados en los poderes establecidos del país. Para esto, ha empleado no sólo los medios de la producción artística, sino que ha incursionado en la curaduría y la investigación académica en ciencias sociales.

Paulo Licona (Bogotá, 1977)

Junto a otros artistas involucrados en la crítica cultural desde el arte, como Wilson Díaz, Miler Lagos, Liliana Angulo, Manuel Santana & Graciela Duarte, Alejandro Araque, Rafael Ortiz, Zenaida Osorio y muchos más, Paulo Licona se ha ocupado, entre otras cosas, de las profundas contradicciones que reflejan las culturas populares en sus prácticas y objetos; de la marginación de que son objeto niños, jóvenes y mujeres que han quedado excluidos de la modernidad urbana, establecida en pocos y dispersos fragmentos de las ciudades colombianas.
Superando los lugares comunes que abundan sobre la identidad en los discursos artísticos, Licona se alimenta de los conflictos generados por las representaciones del otro y los supuestos de atraso y precariedad que le achacan desde siempre a lo popular.

Proyecto Echando Lápiz

Es un proyecto colectivo y colaborativo que aborda, desde la pedagogía artística, una postura crítica que integra problemas concretos de prácticas artísticas situadas en un contexto específico. Plantea preguntas sobre la actualidad de las políticas culturales, las instituciones artísticas y el contexto en el que se escenifica como proyecto, en cada una de sus versiones llevadas a cabo en distintas ciudades, en sus barrios, cuadras y jardines.

En su producción están superpuestos el espacio social que lo recibe y legitima, los distintos agentes del campo cultural en donde actúa, y los imaginarios sobre el arte y la ciudad —colectivos e individuales— de quienes participan activamente en esta expedición de dibujo botánico, que coordinan Graciela Duarte y Manuel Santana desde el 2000.

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